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domingo, 1 de julio de 2012

ASÍ SE VIVE LA FIESTA DE LA QUEBRANTAHUESOS

Por Adrián García Roca

Valió la pena. Un sentido abrazo con mi padre cuando recogimos los diplomas que plasmaban nuestro pequeño éxito en la Quebrantahuesos 2012 y el hecho de haber participado por primera vez en esta gran fiesta del ciclismo. Durante todo un fin de semana, más de once mil personas experimentan en cuerpo y mente unas sensaciones iguales o muy similares con las que habitualmente convive un ciclista profesional.

Por un lado, los 205 kilómetros propios de una etapa de Tour de Francia con esos tres grandes puertos (Somport, Marie Blanche y Portalet). Por otro, los cientos de voluntarios que tan bien asisten a todos y cada uno de los participantes. Y especialmente el público que llena las cunetas y alienta como si en lugar de ver un interminable desfile de cicloturistas estuviera viviendo en primera persona un duelo de época entre los mejores ciclistas del mundo.

Así es la jornada

Hay que madrugar, mucho, para poder iniciar este reto. A las 4:40 sonó el despertador para engullir un potentísimo desayuno, cargar las bicis al coche y poder estar con mucha antelación en la línea de salida. Antes de las siete ya estábamos colocados en la salida y con nosotros prácticamente el resto de las nueve mil personas que iban a participar en la Quebrantahuesos.
Y llegó nuestro turno. Casi veinte minutos después de que salieran los primeros participantes, ordenados por el tiempo que han logrado el año anterior, salimos nosotros. Un rodeo a Sabiñánigo para enfilar la carretera hacia Jaca y medirse a las primeras rampas del Somport.
Antes de los dos kilómetros ya perdí de vista a mi padre. Me obcequé en remontar posiciones antes de llegar a las primeras rampas del Somport. Llegó ese primer puerto y tal vez escuché con demasiada atención todos los consejos que buenos amigos me habían dado para afrontar esta marcha.
“Guárdate mucho en el Somport. Regula bien” era la frase que me habían repetido. Y así hice, subí demasiado tranquilamente este puerto que en su cima marca la frontera entre España y Francia.

Arriba me sentía bien. Era necesario coger papeles de periódico para ponerlos bajo mi maillot de Eurosport y tratar de luchar contra el intenso frío que nos acompañó en esta interminable bajada. Uno, que no es Nibali ni Samuel Sánchez en este arte, miró con suma atención la trazada de cada curva, tocando en exceso el freno y comprobando que nadie se cruzaba en el camino para evitar cualquier peligro.

El peor momento

El valle hasta iniciar el Marie Blanche es puro territorio francés. Casitas con techo de pizarra grisácea e imágenes míticas del Tour. Eso lo ven tus propios ojos subidos a tu propia bicicleta. Hay muchos kilómetros llanos y cuesta abajo para seguir remontando hasta la segunda ascensión del día.
En las primeras rampas me saludó Chema Arguedas, redactor y experto en nutrición y entrenamientos de la revista Cicliso a Fondo. “¡Vamos, Adrián sube que vas muy bien!” Tras devolver ese saludo seguí subiendo con más alegría hasta que llegaron los terribles tres kilómetros finales de este puerto.
En ningún metro el desnivel baja del once por ciento y, literalmente, vas clavado en tu bicicleta. Las sensaciones de agobio, fatiga y sufrimiento era máximas. Tanto, que en cada kilómetro te marca el máximo desnivel y el desnivel medio y ver esos números aún te restan más moral. Creía que no iba a poder.
Lo reconozco, perdí demasiado tiempo en este tramo final. No me habían advertido que era tan duro. Y mi cuerpo de 83 kilos de peso poco me ayudó a pasar con más alegría este calvario. Pero habíamos coronado.
De nuevo bajada y un gran avituallamiento en una zona de llano. Parada obligatoria para comer y reponer de todo. Pero otro fallo. Comí demasiado y, sobre todo, demasiado deprisa. Lo acabaría pagando hasta iniciar los primeros treinta kilómetros del Portalet.
Ya en el último puerto sabía que tenía que darlo todo si quería hacer una buena marca. “En este puerto es donde se hace el tiempo”, me habían repetido esos buenos amigos que me aconsejaron.

Las fuerzas estaban a tope dentro del lógico cansancio acumulado. Pese a la pesadez de estómago, una buena cadencia de pedaleo hacía superar los kilómetros con alegría. Ahí nos sumamos cuatro compañeros para hacerlo más llevadero, tirando un poco cada vez uno, pero el grupo se deshizo y cada uno, bien por delante o bien quedándose atrás, siguió su propio camino.

Los largos kilómetros tendidos del Portalet se van haciendo más duros conforme se aproxima la cima. Y a menos de cinco para llegar superé a los hermanos Marín Salvador, viejos conocidos de mi pueblo y que también practican esta sana costumbre. El mayor estaba pagando los esfuerzos y José Ignacio, el pequeño tiró de mi unos kilómetros pero decidió esperar a su compañero.

Sois enormes

Quedaba entonces el apoteósico final. En los últimos dos kilómetros vives una de las experiencias más grandes: Cientos de personas animando, invadiendo la carretera a tu paso y haciéndote sentir el mejor ciclista del mundo. La fuerza que transmiten es total, tanto, que me envalentoné bajando tres coronas a mi piñón y atacándome a mi mismo, extasiado, emocionado de escuchar esos gritos de ánimo.

De vuelta a la frontera española queda otra larga bajada y dos kilómetros muy destructivos para coronar la Hoz de Jaca. Una vez superados, quedan menos de veinte kilómetros hacia la línea de meta y es cuando se debe dar todo lo que queda.

Me fui solo antes de afrontar el llano pero vi que por detrás me iba a alcanzar un nutrido grupo. Mejor ir acompañado en un llano largo. Rápidamente nos entendimos animándonos: “Señores, si colaboramos todos bajamos de las siete horas” o “¡Vamos, vamos!”

Las fuerzas impedían colaborar a todos y solo unos cinco o seis entrábamos a ese relevo. Allí estaba la línea de llegada, de nuevo Sabiñánigo, en 6:51:38. Valió la pena, pese a la cariñosa bronca de mi compañero de entrenamientos y gran maestro Antonio Alix, en la que me exigía un tiempo mucho mejor.

Llegará en 2013. Pero haber disfrutado de esta primera Quebrantahuesos, haberme sentido como un ciclista de verdad, haberme emocionado tanto con ese público (especialmente vasco, el mejor del mundo), haber visto las cientos de personas que trabajan tanto y tan bien para hacer posible esta ciclomarcha, haber compartido carretera y sufrimiento con once mil valientes más y, sobre todo, haber visto a un padre orgulloso de su hijo fue todo lo que hizo que esta experiencia haya sido inolvidable.

Adrián García Roca es periodista de Eurosport (01/07/2012)