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jueves, 8 de agosto de 2013

UN CORAZÓN BRAVÍO

Jan Janssen fue el primer corredor holandés que ganó el Tour de Francia, éxito que consiguió, como Jean Robic en 1947, en la última etapa, en París. Ciclista con gafas, de las que siempre decía que no eran un impedimento, Jan Janssen (nació en Nootdorp, en el sur de Holanda, el 19 de mayo de 1940) se distinguía por una inteligencia fuera de lo común para la táctica de carrera, y por un temperamento explosivo, y una voluntad de ganar, que le permitía superarse en las condiciones más difíciles. No pertenecía a la élite de los rodadores- sprinters, pero ello no impidió que en 1964 ganase el Campeonato del Mundo en Sallenches, o la París- Roubaix en 1967, ante los Rik Van Looy, Eddy Merckx, Rudi Altig y otros.

No era un rodador extraordinario (sólo contaba en su activo en la modalidad, con un éxito en el prólogo de la Vuelta a España, que ganó en 1967) cuando se presentó en la salida de la última etapa del Tour de Francia de 1968, con 16'' de retraso sobre Herman Van Springel, especialista de renombre que ganaría las dos siguientes ediciones del Gran Premio de las Naciones. Sin embargo fue él, Jan Janssen, quien se impuso, ganando, al mismo tiempo, la etapa y el Tour. También podríamos decir que no era un gran escalador, limitándose a no perder mucho tiempo en la alta montaña, pero conociendo esta debilidad, siempre se las apañaba para organizar una escapada en la que arañar algunos minutos que compensasen su handicap.

Resumiendo, Jan, que no tenía ninguna virtud excepcional, pero que era bueno en todo, consiguió en once temporadas como profesional, construirse un palmarés fuera de lo común, y todo gracias a esa virtud que constituye la esencia del ciclista: el coraje.

Si evocamos su memoria no es la imagen del triunfo la que acude a nosotros, sino la de su caída- iba al borde de sus fuerzas- en la París- Tours de 1970 cuando se encontraba en cabeza. Esta vez fue muy lejos en su rabia de victorias, muy lejos en su concepto de que el cuerpo no era nada, que se le podía martirizar a voluntad y despreciar todo sufrimiento desde el momento en que la voluntad así lo había dispuesto. ¡Increíble!. Y sin embargo se le ridiculizó, peor, se le tuvo lastima, y eso era lo único que no podía aceptar: Todo lo que hice- dijo un día- fue porque quería, no tuve ningún mérito. La bicicleta era mi pasión y cuando se quiere hasta ese punto no hay ningún sacrificio demasiado grande. Lo que yo quería era ganar carreras, las mejores, y eso lo conseguí. Es lo único que cuenta. Lo hice por la imagen que yo quería tener de mí mismo, no por la que se han fabricado los demás.

Tan solo por frases como estas merece figurar entre los grandes, Jan Janssen, el holandés de gafitas. Y se comprende así, como una vez abajo de su pedestal, que era la bicicleta, Jan consiguió adaptarse a la vida de una forma tan soberbia.

09/08/2013