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Octave Lapize era el favorito de esta edición, pero también se contaba con un joven belga llamado Odille Defraye, que a sus veinticuatro años de edad había barrido literalmente en el Tour de Bélgica, llevándose cuatro de las siete etapas y la clasificación general. Aunque en el seno del equipo Alcyon partía como equipier de Garrigou, pronto confirmó sus asombrosas cualidades ganando la segunda etapa en Longwy y pasando en cabeza el Ballon d'Alsace.
Desde el tercer día se vio que algo estaba cambiando en el ciclismo: Lapize, Faber, Garrogou y Emile Georget marchaban con mucho retraso. La vieja guardia declinaba, y otra más joven salía a escena. Entre estos últimos destacaba ya un cierto Eugène Christophe, que realizó un triple sensacional en los Alpes, acumulando tres victorias de etapas consecutivas. Algunos le daban como ganador, pero Defraye supo conservar las distancias a pesar de una caída en el descenso del Aravis, víctima de un perro juguetón.
Odile contraatacó entre Niza y Marsella llevándose la etapa y volviendo a cojer el mando de la general. Lapize, descontento con el predominio del equipo Alcyon y con las alianzas entre los belgas, abandonó en los Pirineos. Al día siguiente, en la etapa de los cuatro "Gigantes" pirenaicos, Christophe atacó, pero Defrayé consiguió resistir y llevarse la etapa de Luchon. Seguro de conseguir la victoria final, dejó que los sprinters se luciesen hasta París, en donde fue el primer belga en ganar el Tour. Eso que le valió el ser recibido por el rey a su vuelta a Bruselas.