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lunes, 3 de diciembre de 2007

LA DISCRECIÓN HECHA CAMPEÓN

Es tan discreto que sus mayores gritos son sus silencios, ha escrito Luis Nucéra. Sin embargo, este hombre auténticamente discreto, y no tímido como se ha tenido tendencia a decir, se apeó definitivamente de la bicicleta una vez finalizada la temporada 1987, sin conocer la angustia de una marcha sin calor, sin amistad a su alrededor. A los cuarenta y un años se fue de los pelotones que frecuentaba desde hace ya veinte años, habiendo dejado la imagen de un corredor sano y de un gran campeón. Y eso es de lo que está más orgulloso. Legítimamente, además.

Y hay que decir que no le resultó fácil, ya que obstáculos no faltaron a lo largo de su carrera: en primer lugar la presencia nada más hacerse profesional, de un tal Eddy Merckx. Después, vino un tal Bernard Hinault. Y fue ante estos dos monstruos sagrados, los mayores de la historia de la bicicleta, como consiguió hacerse un palmarés de los más envidiosos y elocuentes. Lo inverosímil en su historial, es que durante mucho tiempo sólo se ha querido ver su balance de participaciones en el Tour de Francia; entre 1970 y 1986 participó 16 veces, clasificándose cinco veces segundo y once veces entre los once primeros. Evidentemente todo un récord.

Y que habría quedado así de no haber ganado una vez en 1980, tras el abandono de Bernard Hinault, víctima de una grave tendinitis. Después, en 1985, a sus treinta y ocho años, fue campeón del mundo. Desde entonces, nada más fácil que la admiración y la alabanza pero anteriormente, ¿por qué evitó las pruebas físicas y morales que tuvo que soportar para forjarse esta imagen inatacable, inalterable, irreprochable de corredor ciclista?.

Durante mucho tiempo, se le habían dado los calificativos más detestables que puedan existir: chuparruedas, pegajoso y otras gentilezas de la misma calaña. Y cuando a los 34 llegó por fin a su objetivo supremo: ganar el Tour de Francia, todavía encontró algunos comentaristas que decían que su triunfo se debía al abandono de Bernard Hinault. Se le tenía por demasiado viejo, algunos años antes, los mismos que le criticaban alababan la suntuosa madurez de un Bobet o de un Bartali, de la misma edad o similar.

En aquel momento Joop prefirió callarse y dejar que hablaran. Hoy, no sin pertenencia y sonrisa, comenta: "Pienso y siempre he pensado que un corredor que renuncia por que ha agotado sus reservas es un corredor vencido. El abandono es un signo de impotencia". autosatisfacción. El nunca se quejó. No utilizó como pretexto de sus derrotas aquella caída terrible en el Midi Libre de 1974 y cuyas secuelas habrían servido, a quienes trabajan en la industria o en la construcción, para pedir la baja definitiva y pasar a ser pensionistas. Más aún, tardó ocho años en sacar a la luz las radiografías tomadas durante el Tour de Francia de 1976, el que ganó Lucien Van Impe, y que revelaban que sufría úlcera perforada de estómago. Sobre todo no quería que se ensombreciera la victoria de su adversario feliz.

Es este hombre, disminuido físicamente, quien, a fuerza de abnegación, de valor, de pasión por la bicicleta, ha llegado a forjarse un palmarés, en el que además del Tour de Francia y el campeonato del mundo figura una Vuelta a España, una Flecha Valona, una Blois- Chaville, un Gran Premio de Otoño, tres París- Niza, una Vuelta a Romandía, una Vuelta a Holanda, dos maillots nacionales, tres Multipliées, etc.

Y por fin, la genialidad de ganar, el año de su retirada con más de cuarenta años, la única clásica holandesa del calendario: la Amstel Gold Race, para merecer el calificativo de joven que deja el deporte. El cumplido que sin duda alguna más le conmovió.

En su retiro de Germigny-l'Evëque tendrá todo el tiempo del mundo para comentarlo en familia, con los amigos. Porque lo que también hizo de un modo extraordinario fue irse en silencio, considerando que en el fondo sólo había cumplido con su deber y que no le había costado demasiado,