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viernes, 16 de noviembre de 2007

EL DANDI

El flequillo cayendo elegantemente sobre su rostro, un bigote arrogante tallado al milímetro, la mirada suave y, un cuerpo siempre embutido en jerseys de lana con el cuello alto, Gustave Garrigou, como su amigo Louis Trouselier, destacaba en el pelotón, en donde le conocían por el Dandi.

Descendiente de una familia acomodada de Neully, se expresaba con palabras escogidas y, jamás se presentaba en la salidas de una carrera sin haber pasado por la manicura y por la peluquería.

Antes de tomar la salida del Tour envíaba a las ciudades fin de etapa, una bolsa con ropa blanca de repuesto...totalmente nueva.

En definitiva, un compartamiento fuera de la norma del ciclismo, deporte que se nutría en su mayoría de desheredados, obreros y campesinos. Comportamiento que le valió cierta impopularidad (injusta en cierto sentido), a despecho de su verdadera naturaleza, hecha de naturalidad y simpatía.

Como ciclista tuvo éxitos notables, puesto que se impuso en la Milán- San Remo (1911), París- Bruselas y Giro de Lombardía (1907), Campeonatos de Francia (1907 y 1908), venciendo a los italianos en el Circuito de Brescia (1910). Por menos que ésto habría merecido más consideración.

Su trayectoria en la ronda gala, así como su victoria en 1911, fue las más regular- en el buen sentido de la palabra- de toda la historia del Tour, Merckx e Hinault comprendidos, ya que el primero se clasificó una vez octavo y el segundo abandonó en 1980.

Gustave Garrigou, que llevó tan bien su reconversión, como había llevado su carrera, permaneció durante toda su vida (su deceso ocurrió el 28 de enero de 1963, en Esbly, en Seine et- Marne, cuando contaba 69 años) como el personaje elegante y un tanto distante que había sido mientras que ejerció como ciclista.

Amaba la lectura, apreciaba a Baudalaire y buscaba identificarse con la definición de dandismo que profesaba el poeta: El dandismo es el último estallido de heroísmo en la decadencia. El dandismo es un sol que se pone como el astro que declina, es soberbio, sin calor y lleno de melancolía.